Neoyorquino de nacimiento, descendiente de una familia con raíces en Europa del Este, residente de media docena de países ubicados en tres continentes, habitante de un pueblo francés en el momento en que sus ojos se cerraron para siempre, Paul Strand Amstein (1890-1976) hizo de su notable talento para la fotografía el mejor pasaporte para convertirse en ciudadano de un mundo sin fronteras.
Las imágenes que Strand creó a lo largo de seis décadas, dan constancia de sus aportes al desarrollo de la fotografía como arte propositivo y trascendente. Son asimismo expresión duradera de la manera en que los recursos de esa disciplina –que extendió a los terrenos del cine y la edición de libros– le sirvieron para descubrir y celebrar su pertenencia a un universo constituido por tramas sutiles e infinitas. La tornadiza apariencia de los objetos cotidianos, las formas vegetales, el aliento de los paisajes desérticos, la vida de la gente común, fueron temas que atrajeron la mirada de Paul Strand, caracterizada por su austeridad y rigor compositivos, y su deseo por acceder a lo sustancial.
Vinculado en sus inicios al movimiento vanguardista que reclamó para la fotografía una visión directa y sin mistificaciones de la realidad, Strand condujo su trabajo hacia la valoración del paisaje como manifestación de fuerzas primigenias y del retrato como vínculo con la memoria social. Su primera estancia en México, entre 1932 y 1934, fue crucial para que definiese el sentido político de sus oficios como documentalista y fotógrafo, mediante los que impulsó una agenda opuesta al fascismo y al racismo, y a favor de la dignidad de las clases subalternas.
La exposición El murmullo de los rostros se propone recuperar los itinerarios que Strand siguió en las dos ocasiones en que estuvo de paso por la república mexicana –la segunda de ellas sucedida en 1966–, documentando tanto el contexto histórico en que se dieron esos viajes como las relaciones que los mismos pusieron en movimiento. Se ha asumido el doble sentido en que, a fin de cuentas, se dieron esos recorridos: los viajes de Paul Strand a México pero también los de nuestro país en la obra y memoria del fotógrafo estadounidense.
Gracias a la adquisición que hizo Fundación Televisa de un apreciable conjunto de obras realizadas por Strand en sus estancias mexicanas, ha sido posible este reencuentro con un autor fundamental para la historia de la fotografía y un retratista que, haciendo a un lado el colorido del folclor, fue sensible al rumor que convierte a los semblantes en rastros biográficos, microhistorias, testimonios del trato igualitario que merecen todas las personas.