Jardines interiores

 

Artistas longevos y reservados, Paul Strand y Manuel Álvarez Bravo no abandonaron la fotografía ni ante la evidente declinación de sus facultades físicas. Limitados en su capacidad de desplazamiento a los paseos cortos, resguardados por razones de salud en sus respectivos entornos hogareños –el primero en Orgeval, Francia, y el segundo en Coyoacán, al sur de la ciudad de México–, hicieron de la vegetación de sus jardines y de otras expresiones de la vida que se dejaba ver desde los umbrales y ventanas de sus moradas, la materia de sus reflexiones finales en torno a la fotografía como vía para redescubrir la belleza de lo elemental; aquello que la luz construye y reinventa con el paso de los instantes, las horas, las estaciones o las eras, y remite, desde la escala de lo minúsculo, al orden de las rotaciones y traslaciones estelares.

No fue en el tramo final de su vida que los fotógrafos Strand y Álvarez Bravo iniciaron el desciframiento y celebración de las formas vegetales. Los prodigios de la naturaleza fueron reconocidos por ambos a lo largo de sus trayectorias fotográficas. Sin embargo, exposiciones como Variaciones –presentada por Álvarez Bravo en el Centro de la Imagen el año de 1997–, y los portafolios The Garden y On My Doorstep –últimos proyectos editoriales de Paul Strand–, fueron muestras de un recogimiento y una serenidad que no eran ajenos a la sabiduría que los fotógrafos habían adquirido con el paso de los años ni a la conciencia que tenían del cercano fin de sus días. Hombres próximos a entregar su mirada al reino de las tinieblas –Strand moriría en 1976 y Álvarez Bravo en 2002–, los dos fotógrafos nos dijeron, desde la profundidad de sus jardines interiores, que no hay necesidad de ir muy lejos, no más allá de donde un árbol reverdece o una rama hace temblar su sombra, para entender que el universo es una miríada de dones y milagros.

La pieza videográfica que es el epílogo de El murmullo de los rostros asume que Strand y Álvarez Bravo también se encontraron en esa patria sin aduanas ni banderas en que las imágenes son sucedáneas de los brotes florales y el crujir de la hojarasca.